martes, 11 de enero de 2011

Bolivia

Haciendo la cola de la frontera.
Antes que nada, quería agradecerles a todos los que me escribieron por facebook o acá. Y a los que leen y no escriben nada, váyanse a la rep... jeje.

Llegué a la Quiaca el 2 de enero, a las 5 am aprox. Un tipo en la terminal me dijo, con poca gana y sin mucha seguridad, cuando le pregunte por la frontera: "para allá. Y dobla en la avenida". Así que ahí fui, de noche, con frio, hambre, una mochila con 200kg, y preguntándome dónde cuerno está toda la gente que va para Bolivia porque estaba más solo que un rope. Al llegar, vi una cola de gente que me informó que la frontera abría a las 9 am. Así que iba a tener que hacer unas cuantas horas de cola en esas circunstancias. "Bienvenido a Bolivia" (pensé). Y justo en ese momento, me acerque a una ronda de 6 chicas de Santa Fe, y las increpé para que me conviden un mate.

Cementerio de Trenes, Uyuni.
Ahí comenzó una relación que duraría por los siguientes 6 días con Luci, Vale, Gi, Ceci, Hele, y Sofi, compartiendo comidas, excursiones, habitación de hostel, chistes malos, acertijos, cartas, micros en Villazon, Tupiza y la excursión de 3 días por Uyuni y su salar, hotel de sal, sus volcanes, isla del inca, cementerio de trenes, 5 lagunas, refugio en el desierto, Geisers, y etc.. Las chicas, una masa. Cada una de ellas. Y ni hablar de los lugares que recorrimos. Pero como todo lo bueno, el grupete llego a su fin. Desde Uyuni ellas se fueron a la paz, y yo para Potosí.



Tras la despedida, y una noche de soledad y reflexión, partí en mi micro en el que conocí a Mario (Colombia), a Liliana, y a Néstor (Córdoba) y con ellos recorrimos la hermosa ciudad de Potosí. Ambos cordobeses son arquitectos, así que vino josha (palabra utilizada por Mario, entre otras, para gastar a los porteños) porque nos explico los estilos y demás yerbas de las construcciones de Potosí. Visitamos la casa de la moneda, donde nos explicaron la historia de Potosí. Y también pase por una de las experiencias más zarpadas de mi viaje. Nos metimos por hora y media en las minas del Cerro Rico, a unos 400 m bajo la montaña por unos túneles donde por momentos apenas cabía el cuerpo, donde solo se ve lo que alumbres con la linterna de tu casco por la falta de luz, y donde se escuchaban las explosiones de dinamita cercanas, tras las cuales el guía tuvo que reaccionar para calmar a la gente de un ataque de pánico. Sentir como te retumba eso, y que no sabes si se derrumba la montaña o que, es zarpado.
Después de las minas, comilona, y al ojo del inca a relajar, unas termas enormes en las que mientras nadas disfrutas de un paisaje increíble, y de conocer gente.

Bueno, ahora estoy en La Paz. La verdad que estoy enamorado de Bolivia.

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